FILOSOFÍA
SAN AGUSTÍN DE HIPONA
San Agustín nació el 13 de
noviembre de 354 en Tagaste, pequeña
ciudad de Numidia en
el África romana. En Tagaste, Agustín comenzó sus
estudios básicos. Fue maniqueo y orador imperial en Milán. Era el
rival en oratoria del obispo Ambrosio de Milán, figura
que después hizo a Agustín conocer los escritos de Plotino y las epístolas de Pablo de Tarso. Por medio
de estos escritos se convirtió al cristianismo. Ya como obispo, escribió libros
que lo posicionan como uno de los cuatro primeros Padres
de la Iglesia. La vida de Agustín fue un claro ejemplo del cambio
que logró con la adopción de un conjunto de creencias y valores.
San Agustín se destacó en el
estudio de las letras. Mostró un gran interés hacia la literatura,
especialmente la griega clásica y poseía gran elocuencia. Al mismo tiempo, gustaba en gran
medida de recibir halagos y la fama, que encontró fácilmente en aquellos
primeros años de su juventud. . Aunque se dejaba llevar por sus pasiones, y
seguía abiertamente los impulsos de su espíritu sensual, no abandonó sus
estudios, especialmente los de filosofía. A los
diecinueve años, la lectura de Hortensius de Cicerón despertó en la mente de Agustín el espíritu de
especulación y así se dedicó de lleno al estudio de la filosofía, ciencia en la
que sobresalió.
En su búsqueda incansable de
respuesta al problema de la verdad, Agustín pasó de una escuela filosófica a
otra sin que encontrara en ninguna una verdadera respuesta a sus inquietudes.
Finalmente abrazó el maniqueísmo (Doctrina
religiosa que tuvo su origen en las ideas de Manes y que se caracterizaba por
creer en la existencia de dos principios contrarios y eternos que luchan entre
sí, el bien y el mal), creyendo que en este sistema
encontraría un modelo según el cual podría orientar su vida. Varios años siguió
esta doctrina y finalmente, decepcionado, la abandonó al considerar que era una
doctrina simplista que apoyaba la pasividad del bien ante el mal. Sumido en una
gran frustración personal decidió, en 383, partir para Roma, la capital del Imperio romano
donde se convertiría al cristianismo.
San Agustín, a los
diecinueve años, se pasó al racionalismo y
rechazó la fe en nombre de la razón. Sin embargo, poco a poco fue cambiando de
parecer hasta llegar a la conclusión de que razón y fe no están necesariamente
en oposición, sino que su relación es complementaria. Según él, la fe es un
modo de pensar asintiendo, y si no existiese el pensamiento, no existiría la fe. Por eso la inteligencia es la recompensa de la fe. La fe y la razón
son dos campos que necesitan ser equilibrados y complementados.
Para Agustín de Hipona la ley moral se
sintetiza en la célebre frase: ama a Dios y haz lo que quieras. Para Agustín el amor es una perla preciosa que,
si no se posee, de nada sirven el resto de las cosas, y si se posee, sobra todo
lo demás. Agustín, quien tuvo contacto con
las ideas del evolucionismo de Anaximandro,
sugirió en su obra La ciudad de Dios: que Dios pudo servirse
de seres inferiores para crear al hombre al infundirle el alma, defendía la idea de que a pesar de la existencia de un Dios no todos
los organismos y lo inerte salían de Él, sino que algunos sufrían variaciones
evolutivas en tiempos históricos a partir de creaciones de Dios.
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